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lunes, 24 de mayo de 2010

Jan Martínez


PROSAS PERVERSAS[1],

Tanto en su libro Minuto de silencio (1977), como en Archivo de cuentas (1987) y en Jardín (1997), el poeta Jan Martínez se constituye como una de las principales voces de la poesía puertorriqueña del último cuarto del siglo veinte. Su poesía se destaca por el preciosismo parnasiano, el surrealismo y el diálogo con los novísimos españoles, Jaime Gil de Biedma y el grupo de “Cántico”; así como con el creacionismo de Vicente Huidobro y la lírica de Juan Gelman. La influencia de la poesía árabe, la poesía del Siglo de Oro, la prosa de Canales y Palés y la narrativa barroca del Caribe constituyen fuentes de inspiración para el poeta. Encontramos tangencias con Poetas como Lautreamont y Rayner María Rilke. Llama la atención los puntos de contacto de su poesía con escritores dominicanos como Franklin Mieses Burgos, León David y Alexis Gómez.

Cuando se lee la poesía de Jan Martínez, se recorre toda la historia de la verdadera y gran poesía de nuestra cultura y se puede apreciar la riqueza del decir literario puertorriqueño en el cual este autor no está solo. La revolución literaria de los setenta, con Iván Silén y José Luis Vega, marca en la literatura del Caribe un retorno a la tradición creada por la vanguardia latinoamericana. Pero, si estas afirmaciones pudieran resultar exageradas, sólo me queja remitir a los sorprendidos a una lectura desapasionada del poeta…mientras tanto, soy un presentador que no se ve en aprietos... hablo del goce de la lectura y del placer que me da hablar de los hallazgos que encuentro en esta obra…También soy un sapo que versa…reversa, vierte los versos en prosa y la prosa en verso…No sé si el silencio o la palabra me harán más feliz.

Estamos frente a un libro de escritura barroca y caribeña. Escritura que toma la experiencia de Darío, el aliento parnasiano, el color anaranjado de la tarde, el adjetivo preciso y necesario, la sonoridad de la palabra, el giro poético, la ironía, la invención, la sorpresa…Todo ello conjugado en una expresión que va de la poesía a la narrativa, del mundo bucólico y de égloga, al mundo citadino; de la filosofía de la vida a la forma inevitable de la muerte. El autor no sólo nos hace disfrutar de una poesía en prosa que se parangona con la mejor de nuestro continente, sino que nos pone frente al devenir humano, la vida y la muerte, la sociedad y las distintas maneras que la vida cotidiana van cambiando la existencia humana.

Se equivoca quien piense que en este libro encontrará la inspiración romántica y solipsista de un poeta desadaptado del mundo. No representa este libro el discurrir de un yo poético de torre de marfil, es mucho más: contiene una meditación simbólica (con todo lo que pueda tener de contradictorio el símbolo y la racionalidad) en la que el mundo natural es disfrutado, pero también pensado.

En “El cincelador de horarios”, la vida cotidiana que hace del ser humano un enano repetidor de rutinas en la que el tiempo se convierte en mercancía que se contabiliza en la teneduría de libros de aquellos que el autor ha llamado “los señores de los salarios”. Señores que venden la monotonía y la soledad. En esas horas de faena, el amor se constituye como un vengador. Está pieza sola, en la que se encuentran los ecos de Luis Palés Matos, dándole

continuidad al decir puertorriqueño, el tiempo es el destino, o la tragedia, como diría Borges, al que está llamado el hombre social; mientras que el trabajo es la venganza social lanzada a los amantes. Así presenta al cincelador:

“…Será por siempre amado por los señores que domestican los salarios y distribuyen el hastío en las boticas y las calles repletas de eficientes sonámbulos. Todos saben que su trabajo es imprescindible, sin el cincelador de horarios serían rizadas y luminosas las horas, podrían

holgar los líridas y en el aire sería en triunfo de la paloma y el bardo ruiseñor. El cincelador se precia de ser el artífice de los irisados sones del gong que anuncian las horas con indiscriminado acento”( pág. 15)

Pero no se queda ahí el poeta, en “El dueño de la vida” se pregunta dónde se ha ido la vida ¿acaso a la casa de los funcionarios? La narración discurre mediante interrogaciones en las que el poeta le hace pregunta a la vida como buscando una definición del mundo actual, de los sujetos contemporáneos que han perdido la vida. La reclama: “que quiero saber de su vida, la vida, que le escribo y no recibo respuesta, que la llamo y me quedo con el eco en la mano como un pájaro sin bemoles. Que vuelva el que ocultó la vida y, si no quiere devolverla, al menos, le lleve recuerdos y manzanas de éstos sus desdichados suscribientes” (pág. 17)



[1] Jan Martínes. Prosas (per) versas. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2000.

De Ensayos de litertura puertorriqueña y dominicana, 2004.

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