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viernes, 14 de mayo de 2010

Andrés L. Mateo,

La aventura espiritual de la dominicanidad


Prólogo


Quiero saludar desde Francia, más precisamente desde el C.R.L.A. (Centre de Recherches Latino-Américaines), que organizó en el año 2003 una Jornada sobre República Dominicana, la excelente iniciativa de Miguel Ángel Fornerín, poeta, ensayista y docente dominicano, quien nos brinda por fin la tan ansiada visión abarcadora que necesitábamos sobre la pluridimensional carrera de su compatriota, el doctor Andrés L. Mateo. Ya era hora en efecto de que se conociera mejor, en América Latina y Europa, la trayectoria intelectual y estética de esta eminente figura del mundo cultural dominicano, varias veces laureada con premios nacionales, tanto por su producción novelística como por su labor ensayística y periodística. Uno de los méritos de esta ambiciosa empresa, inspirada a la vez en una respetuosa admiración y en la amistad, estriba precisamente en haber trazado un cuadro preciso y bien documentado de las múltiples actividades a las que se dedicó Andrés L. Mateo, tendiendo sugestivos puentes entre sus trabajos ensayísticos o periodísticos y su narrativa.

Existe en efecto una indiscutible convergencia y hasta cierto continuum, que bien señala Miguel Ángel Fornerín, entre las dos vertientes, fáctica y ficcional, del talento de Andrés L. Mateo. Cualquiera que sea el objeto de su reflexión, que se mueva en el terreno del ensayo o de la ficción, Andrés L. Mateo se nos presenta como un espíritu apasionado y analítico a la vez, ansioso de comprender el mundo, empezando por su propio entorno vital : la sociedad dominicana, profundamente marcada, hasta en su imaginario, por el trujillismo, ese pasado ominoso cuyo desentrañamiento resulta imprescindible para todo aquel que quiera entender cabalmente el funcionamiento de los tiempos actuales. De ahí la justificada insistencia de Miguel Ángel Fornerín en los agudos análisis de carácter ensayístico e histórico de Mito y cultura en la Era de Trujillo, por ejemplo, llevados por Andrés L. Mateo desde una convincente perspectiva marxista, desprovista –conviene señalarlo– de las torpezas y simplificaciones reductoras de que adolecen a veces los planteamientos ideológicos.

Como bien lo muestra Miguel Ángel Fornerín, la condición de escritor de Andrés L. Mateo lo hace particularmente sensible y apto para desmenuzar el discurso oficial del trujillismo, la especificidad de su «jerga », en una palabra, para captar los fundamentos de un poder que supo instrumentalizar hábilmente a los letrados. Como historiador, pero también como escritor abordará de nuevo Andrés L. Mateo, en Al filo de la dominicanidad, el análisis de la sociedad dominicana. Muy atinadamente presenta Miguel Ángel Fornerín este nuevo asedio de su compatriota como una suerte de crónica urbana, que apunta a documentar las transformaciones sociológicas de un mundo dominicano que se va alejando paulatinamente de la ruralidad.

Pero de una crónica de sabor barthesiano que combina con originalidad distanciamiento crítico y empatía, de un relato inspirado, poético y hasta humorístico se trata, de una escritura mixta que borra en parte las fronteras entre lo fáctico y lo ficcional, lo testimonial y lo subjetivo, transformando las crueldades y sordideces de la vida cotidiana en pequeñas joyas escriturales, en brillantes viñetas interpretativas de la cultura popular –de su música, entre otras cosas. ¿Cómo olvidarse en efecto de la gracia y truculencia de textos como «Crucita lacuelnera», «El Peje Que Fuma», y otros tantos deliciosamente paródicos como «Yo, el peor de todos», o «Comandante Marcos: el jinete insomne», con sus guiños al pasado colonial y la actualidad?

Los símbolos de la dominicanidad reaflorarán, desde luego, en los textos ficcionales de Andrés L. Mateo, prolongación de asumida subjetividad de sus reflexiones históricas sobre la sociedad dominicana. Pero valiéndose de todas las libertades otorgadas por la ficción, el escritor irá elaborando un universo textual signado por la ambigüedad y la apertura, ajeno a toda esquemática certeza, a toda prefabricada euforia ideológica, a todo binarismo reductor, así como a toda imposición estética. Los recovecos de la ficción, más que el ensayo, como parece insinuarlo Miguel Ángel Fornerín, quizás le hayan permitido al autor de La balada de Alfonsina Bairán ir descubriendo con mayor sutileza aún la vertiginosa complejidad del mundo, su abyección, locura y ternura. La novela, tejido textual de múltiples e intricados hilos, se resiste, tanto como lo real, a toda ingenua búsqueda de una clave única de desciframiento. El texto plural, antiépico de Andrés L. Mateo, nutrido de una rica intertextualidad que enlaza la República Dominicana con el vasto mundo de las letras hispanoamericanas, adquiere no pocas veces visos absurdos y hasta grotescos, entrañablemente onettianos. Moderna es, pues, la sensibilidad del autor de Pisar los dedos de Dios, La otra Penélope y La balada de Alfonsina Bairán. Y, por ciertos rasgos que analiza certeramente Miguel Ángel Fornerín –la preocupación casi obsesiva por el rescate de la memoria, la relevancia de la actitud testimonial–, hasta postmoderna.

A Miguel Ángel Fornerín deben agradecérsele sus eficaces contextualizaciones y sus acertadas sugerencias de lectura que nos permiten orientarnos mejor en la frondosa obra de Andrés L. Mateo. Pero ¿quién mejor que un escritor podía acercarse a la obra de otro escritor?

Maryse Renaud

Profesora de literatura hispanoamericana

Universidad de Poitiers


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