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martes, 1 de junio de 2010

César Andreu Iglesias



Un clásico puertorriqueño, Los derrotados

Para nosotros, el concepto de historicidad es significativo en la medida en que nos ayuda a realizar un deslinde necesario al explicar la representación histórica que se inscribe en las obras de ficción[1]. Y lo es, además, porque la historicidad nos da un horizonte de posibilidades en los que el hecho histórico se manifiesta. La historicidad, no sería nada más la condición de lo histórico, ni la existencia de un ente en el tiempo. Ni siquiera la concreción humana como una figura religiosa. La historicidad la pensamos como relación del sujeto con su propio tiempo, como coyuntura del presente.[2] La historicidad se encuentra ahí donde el historiador es ciego. Donde la luz de los eventos deja significados que sólo son recuperables por los relatos de ficción y que resultan poco significativos para el historiador. Si la historia estudia los hechos singulares, la historicidad viene a ser la singularidad del tiempo, del momento, de la cotidianidad. Es algo poco recuperable desde las huellas y más desde la creación, desde la crónica, como relato del todo que incluye a los sujetos, como el tiempo vivido y la conciencia de pertenecer dentro del tiempo vivido a un tiempo de la comunidad, es decir a un tiempo compartido, que conforma una historia colectiva o un imaginario.

En Los derrotados de Andreu Iglesias es fundamental situar la relación entre historia e historicidad. En la medida en que el autor realiza una refiguración de su tiempo vivido. La lucha de los nacionalitas no es para Andreu Iglesias la Historia, sino un momento significativo de su tiempo vivido. En tanto que ha sido un testigo de los hechos, él es cronista de su tiempo. Su refiguración del tiempo vivido no es un relato del pasado sino de su presente. Un relato que luego se ha emparentado o entrecruzado con el relato de los historiadores. Es decir, el tiempo vivido se ha unido al tiempo cósmico como tiempo histórico. Tanto el tiempo vivido como el tiempo histórico están caracterizados por el significado que los sujetos o la comunidad le da al tiempo y a sus eventos más sobresalientes.

Lo que nos interesa revelar a partir de un análisis que rompa el tiempo vivido por el autor y narrado como una triple mímesis[3], es la cotidianidad de su tiempo, ese estar allí que lo hace un testigo privilegiado. En la obra Los derrotados, se aprecia el tiempo vivido, porque el autor pone, a través de la intriga ficcional, a una serie de actores en el mundo. Y ese estar ahí, en su cotidiana espesura es más rico en significación que el hecho aislado, archivado o reelaborado desde las tesis históricas. ¿Por qué? Porque el novelista ha puesto en su intriga aquellos acontecimientos que nos ayudan a ver otra historia. La historia posible[4]. Es decir, le devuelve al hecho su materia prima original. Su propia historicidad. Es decir, su condición de histórico. O su extensión en el tiempo. Mientras la historia de los eventos elimina las pequeñas huellas, la narrativa ficcionalizada nos devuelve a través de la ficcionalización al teatro de los hechos. A partir de esa nueva puesta en escena, los eventos aparecen frente a su propia espesura. Sólo la crónica puede darnos esa espesura, esa intrahistoria.


[1] Ricœur resume la noción de representación en la palabra « répresentance », como expresión que condensa todas las esperas, las exigencias y aporías ligadas a la « intention ou intentionalité historianne ». También ella designa la espera atada al conocimiento histórico de las construcciones que constituyen o fundan las reconstrucciones del curso de los eventos pasados». Paul Ricœur, La memoire..., pág. 359.

[2] Ricœur señala que “el acto intrasubjetivo de la experiencia temporal al que remiten todas nuestras historias no pueden tratarse como objetos [...] Nosotros somos parte de ese ámbito [la historicidad intersubjetiva] en la medida en que contamos y seguimos las historias que narran los historiadores o los novelistas [...] pertenecemos al ámbito de lo histórico antes de contar historias o de escribir la Historia. La historicidad propia del acto de contar y de escribir forma parte de la realidad de la historia”. Paul Ricœur. Historia y narratividad. Barcelona: Paidós, 1999.

[3]Ricœur ha postulado que existe, de un proceso mimético que se mueve en una triple relación que él denomina prefiguración, configuración y refiguración. La primera es lo que precede a la operación de configuración de la narración, que es seguida por la refiguración de la práctica de la escritura. Estas tres operaciones subrayan los lazos del relato y la acción con el tiempo. Véase Ricœur Temps et récit, op. cit. y Mongin, Olivier. Paul Ricœur. París: Éditions du Seuil, 1998, pág., 139.

[4]Sobre este aspecto dice Canetti: “La Historia lo presenta todo como si no hubiera podido ocurrir de otra manera. Pero hubiera podido ocurrir de mil maneras distintas. La Historia se coloca en el bando de lo ocurrido y, por medio de un contexto fuertemente tomado, lo destaca de lo no ocurrido. De entre todas las posibilidades, se apoya en una sola, la que ha sobrevivido. De ahí que la Historia dé siempre la impresión de estar a favor de lo más fuerte, es decir, lo que realmente ha sucedido: no hubiera podido quedar en el reino de lo no ocurrido, tuvo que ocurrir”. Elias Canetti. La provincia del hombre,. Madrid: Taurus, 1982, pág. 148. Citado por Manuel Cruz en Filosofía de la historia. Barcelona: Paidós, 1991, págs. 174-175.



(Véase, Miguel Ángel Fornerín: Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana. Santo Domingo: Ferilibro, 2004).

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