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miércoles, 5 de mayo de 2010

Cordial magia enemiga de Tomás López Ramírez


La sosegada irrupción

de Tomás López Ramírez en la narrativa breve

[La narrativa breve puertorriqueña tuvo sus momentos fundacionales en las décadas de 1940 y 1950. Ahí aparecieron Abelardo Díaz Alfaro, Pedro Juan Soto, René Marqués y el más adelantado discípulo de Juan Bosch, José Luis González. Anteriormente, solo Emilio S. Belaval con Cuentos para fomentar el turismo, estuvo cerca de las renovaciones realizaran los cuentistas citados. En la década de los setenta, Luis Rafael Sánchez profundizó los cambios que otearon los escritores generación anterior. Los entrecruzamientos de la cultura rural y urbana, en tiempo de acelerada modernización, quedan como improntas en sus cuentos. Entre ambos grupos aparece la narrativa de Tomás López Ramírez y Manuel Ramos Otero (Concierto de metal para un recuerdo y otras orgías de soledad, 1971). Esta breve nota platea la importancia del primero entre los narradores del setenta, un grupo de extraordinario valor en la literatura puertorriqueña].

Cordial magia enemiga.[1]

Con la publicación de su primera colección de cuentos, Tomás López Ramírez se revela como una de las voces más perfiladas de la narrativa puertorriqueña de los setenta. La afirmación no es mía. En las palabras iniciales de Cordial magia enemiga, Emilio Díaz Valcárcel, pide que se acoja con aplausos la entrada al mundo literario de este joven que llega cual un escritor de aquilatados valores y que tal parece ha dejado atrás sus borradores para presentarles a sus lectores una obra narrativa acabada. Años después, testimoniará José Luis Vega, en su antología Reunión de espejos (1983), sobre la narrativa innovadora que inaugura López Ramírez.

Díaz Valcárcel afirma que los ocho cuentos que integran el ante citado volumen constituyen una “tranquila irrupción” de este novel escritor en escenario de la literatura puertorriqueña, vista por él en un estado de agotamiento. Lo cierto es que aún permitían las figuras de la generación del cuarenta y el cincuenta en la narrativa de la isla y que sólo Luis Rafael Sánchez había cambiado el panorama de la narrativa breve con la publicación, cinco años antes de En cuerpo de camisa (1966).

Es de significativo valor mencionar que López Ramírez muestra una particular admiración por autores que le han precedido, como René Marqués y Luis Rafael Sánchez, y que viene de la mano de Emilio Díaz Valcárcel, quien lo presenta a los lectores. Pero es bueno apuntar, que apresar de cierta intertextualidad que encontramos en el cuento dedicado a Marqués, en “Vivir en la chimenea”, no hay en la cuentística de López Ramírez trazos fuertes que lo conecten con la generación anterior. Si En cuerpo de camisa, viene a ser el único libro de cuento que merece la pena ver como obra significativa y Luis Rafael Sánchez como la figura que transita entre la generación mayor y la del setenta, no es menos cierto que la narrativa de nuestro autor guarda distancia con todas las anteriores.

Si nos fijamos brevemente en la obra de Sánchez podemos apreciar que sus cuentos continúan una tendencia inaugurada por José Luis González con El hombre en la calle. Es una narrativa urbana, que ya comenzaba a dejar sus rastros campesinos. Pero lo que es más significativo es que Luis Rafael Sánchez pene en juego un conjunto de voces subalternas, entre el campo y la ciudad, que muestra el transito y el cambio de la cultura jíbara a la cultura citadina. La grandeza de Sánchez puede notarse en la creación del lenguaje puertorriqueño. Él busca, desde su experiencia de gran conocedor del Siglo de Oro y discípulos de los maestros del treinta, (como Emilio S. Belaval) construir un lenguaje purtorriqueñista que le dará un habla a la generación del setenta, sobre todo a Ana Lydia Vega y a Juan Antonio Ramos, así y a las crónicas de Edgardo Rodríguez Juliá y Magali García Ramis.

Ni la mirada al puertorriqueño subalterno y citadino, si los distintos sociolectos que conforma las hablas de un Puerto Rico en crisis del modelo desarrollista, aparecen en la obra de López Ramírez. El lenguaje en este autor rompe con la cotidianidad de la vida insular. Es un lenguaje lleno de hallazgos estéticos. Como en Sánchez, se hace evidente el ritmo de una prosa bien cultivada. Un ritmo inusitado que coloca su particular manera de escribir en la tendencia neobarroca de la literatura hispanoamericana, que ya se abrían con el Boom en las principales capitales literarias de Europa y el mundo.

Las claves de las palabras inaugurales nos presentan los cuentos preferidos por Díaz Valcárcel: “Ciclo del monje y la estampa”, “Vivir en la chimenea” y “Las flores del sacrificio”; si agregamos a “Vieja fantasía de los parques”, antologado por Vega y la caracterización que hace de “Cordial magia enemiga”, tenemos que de los ocho cuentos que recoge el volumen en discusión cinco han primado en la preferencia de los lectores canónicos. Lo cierto es que un estudio más profundo de este libro podría afirmar el elemento de innovación formal en “El amor por la mañana”, que inicia con un epígrafe de Cortázar. Es un texto en el que se deconstruye la manera de presentar lo narrado y deja al libro en una atmósfera de ruptura formal, tal como se venía trabajando en la narrativa hispanoamericana.

En “Exigimos la muerte” el ambiente de café teatro, el tema del dolor, la realidad que podría ser o no sé. O más bien cuáles son los juegos que nos hace en la vida lo impensable, crea una atmósfera extraordinaria. Lo mismo pasa con “Las flores del sacrificio” un texto que plantea el tema de la lucha política en Nueva York. Sin que tenga el autor el deseo de prendarnos la vida del puertorriqueño en la gran urbe. El “Ciclo del monje históricos y crea un ambiente monacal de suaves sugerencias con un final abierto.


[1] López Ramírez, Tomás. Cordial magia enemiga. San Juan: Editorial Antillana, 1971.


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