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viernes, 7 de mayo de 2010

La literatura en tránsito

La anticipación en Abril infancias mil de Maryse Renaud


La filosofía del arte ha planteado la noción de a anticipación al referirse a una de las cualidades intrínsecas de la obra artística. Nos preguntamos: ¿El arte es esencialmente anticipativo, de tal manera que debe todo arte posee esta cualidad o existe un arte que funda la anticipación de acuerdo a ciertas teorías o tiempo en los que se dada la mimesis? ¿La anticipación reside en la misma condición de poeticidad del arte, en la expresión de la sensibilidad humana, o está dada por elementos externos al arte mismo? El asunto se complica, en primer lugar porque ya el arte no puede ser escindido en lo esencial, lo intrínseco y lo externo, pues creemos que el arte es un ritmo en el que todos esos elementos se integran conformando un sentido artístico. También se enmaraña, en la medida en que la poeticidad del arte nos conduce a la teoría del arte como creación, ligada de alguna manera a la noción de fundación que aparece en la estética de Heidegger. El poema funda, crea elementos nuevos.
El asunto me viene a cuenta cuando leo y pienso la escritura que nos presenta Maryse Renaud en este libro de relatos. La obra que aquí presentamos conforma un conjunto de narraciones que esboza una escritura novedosa, un ritmo literario que pone en juego la primicia del mundo que vivimos y anticipa los escenarios del arte en los tiempos actuales. De ahí que la anticipación habría que concebirla como la historicidad del arte: la relación de la obra artística con su tiempo.
Por otra parte, podríamos afirmar que esta es una literatura trasnacional, porque traza una hibridez en la que lo nacional, como fundador de las lenguas y las culturas modernas, cruza las fronteras lingüísticas y culturales. Estamos, entonces, hablando de un nuevo mestizaje que adelanta el mundo del futuro. Yo prefiero usar el término transnacional, al concepto sociológico de pos-nacional, en el entendimiento de que esta escritura no echar por tierra lo nacional, ni la lengua, ni la cultura, sino que simboliza la crisis de lo nacional que hoy día vivimos.
Es interesante observar esto en una escritora mestiza: martiquiqueña-francesa que ha adquirido, gracias a su dedicación y a su ingente trabajo, la patria literaria y la lengua hispanoamericana. Este libro es anticipativo de la transgresión que provoca lo mestizo, de la transformación, de la creación de forma sentido nuevas y de la manifestación de una dialoga, en la que no están las distintas voces de una nación que interactúan, sino los distintos sentidos de la lengua y las culturas nacionales. No es la primera vez que desde nuestra condición de criollos se pone en crisis los símbolos y los sentidos de la cultura. Problema que se plantea como un elemento renovador de las letras y que es característico de la modernidad. Pienso en nuestro universal Rubén Darío, que con el modernismo sintetizó la cultura europea henchido de las pretensiones de modernidad que tenían los hispanoamericanos y funda una literatura propia para nuestro continente.
Vemos así que los procesos de mestizaje están intímasete unidos a cambios globales que ha venido aparejados a la noción de moderno, de nuevo y de renovación. Pienso además que esos cambios no se detienen sino que poseen distintos ciclos en el tiempo. La literatura, informada por la lengua, que es representación de la sensibilidad y la vida cultural y social, es la escritura de esos distintos períodos en los que se representan la muerte y los nacimientos de nuevos mundos: nuevas formas y nuevos sentidos.
El mestizaje actual en el que se desarrolla nuestra literatura está más allá de la relación colonia-nación, de la problemática entre la lengua colonia y la lengua nacional. En las reapropiaciones que los criollos letrados realizaron en el momento en que fundaban nuestras naciones imbuidos de un movimiento moderno tan importante como lo era el romanticismo. Este es mestizaje que se nos presenta como representación de la nueva condición de los hispanoamericanos en lo que se ha venido llamando la diáspora o el exilio económico. La representación mestiza, además, establece la relación de los latinoamericanos con su tierra de llegada, su opción de vivir y transformar la vida desde el centro o desde la marginalidad a un centro que también entra en crisis, pues los miles de inmigrantes ponen otra mirada a lo social y a la cultura de los países de arribo.
La escritura de la emigración tiene su propio Boom. En el caso de la literatura llamada chicana, la literatura puertorriqueña, cubana y dominicana realizada en Estados Unidos se plantean la representación de una nueva hibridez en la que los autores realizan una “traducción”, que no es más que una transformación en la cual se pone en juego los valores lingüísticos y culturales y se evidencia la crisis de nuestra conformación nacional y el sentido de pertenecer o no pertenecer a una cultura. Los ejemplos son innumerables: en el caso de Puerto Rico, podríamos hablar de la literatura de Pedro Pietri, que se apropia de un inglés del Bronx; de Esmeralda Santiago, quien vive su hibridez cultura de jíbara-americana y nos plantea la problemática del neoyorrican, del spanglo en Cuando era puertorriqueña.
Algo parecido podríamos decir de autores dominicanos residentes en Estados Unidos como Junot Díaz, en Down, (El negocio) y Julia Álvarez, con En el tiempo de las mariposas y Cómo las Chicas García perdieron su acento… Ambos escritores se enfrentan a otra lengua y realizan una escritura transcultural que presenta una nueva mirada de lo nacional-dominicano. Así integran sus experiencias sociales, culturales y lingüísticas del país de llegada. La discusión pendiente es la relación de esa literatura diaspórica, con las literaturas nacionales. Pero el reto que se plantea en lo literario y lingüístico, no es más que parte de la anticipación del mundo del porvenir.
En el caso de nuestra autora, Maryse Renaud, es muy especial pues ella no usa la lengua nacional ni su lengua de llegada, escribe en su lengua de cultura, de una cultura que ha trabajado y de la cual es digna ciudadana. Ahora bien, sus vivencias culturales se encuentran aquí como una transformación de lo literario y lo lingüístico.
En el relato “Cara de ladrillo o Don Colador I”, la historia nos remite a una caleidoscópica narración donde surgen las distintas miradas y los colores. En ella se pone en juego la diferencia, la transnacionalidad: la visión del otro que funda la literatura mestiza. El relato nos presenta personajes en crecimiento que juegan con los perjuicios, que tienen distintas miradas. Los escenarios, el tiempo, los colores, los cuerpos y las creencias cambian. El dialogo permite presentar las distintas miradas del prójimo y al final, la prosa juguetona, de un ritmo cincelado, concluye en una comprensión del otro: como si la diferencias de cultura y de colores no es más que la ausencia de una educación y de un crecimiento. Las lenguas se encuentran, pues viajan con la cultura de los personajes. La mujer y el hombre, la diferencias de razas y colores, el prejuicio, muestran el escenario madrileño o parisino, de esta nueva hibridez.
El texto “La niña que vio al hombre” pone en perspectiva el mundo de la infancia en crecimiento frente a las ideas y valores que conforman el mundo de los adultos y la relación ideológica que separa los géneros. Se establece en la narración un paralelismo histórico, los espacios juegan de nuevo: el trópico, la isla permiten que la narración sea una búsqueda de la infancia, de ese tiempo perdido, originario, que se comparte con la educación social, el crecimiento del personaje, las reglas, el poder escolar y una mirada distinta que traza la ruptura y la liberación. Las referencias históricas delinean un tiempo híbrido entre el presente y el pasado o mejor, como lo uno actúa de forma se igual forma entrando en lo otro.
Un elemento recurrente en esta literatura es la presencia de otros textos. Es una literatura que se sabe hipertextualizada. Entran en ella, como elementos dialógicos, otras literaturas. Esto se ve, por ejemplo, en el inicio de la “Danza de los bastones”, el ritmo narrativo parte de un texto de Rubén Darío; aquí la evocación de la nobleza es comparada a la figura de la niña. Una figura infantil que juega en el mundo de los adultos, crece, lo describe y su voz es un decir guiado por otra voz. Observe el lector que la perspectiva de la niña sigue siendo subalterna y con esto el texto pendula entre la mirada de la chica y la de un narrador omnisciente, que la va acompañando. La figura de la pequeña sirve para reeditar un espacio de la memoria en el que el pasado es traído al presente por una narración que mantiene un ritmo con fuego, rápido, inquietante, que siempre mantiene la atención por la ruptura que se establece entre lo dado y lo nuevo.
Otro ángulo que me llama la atención es la presencia del viaje como un desplazamiento que puede ser hacia adentro, hacia la búsqueda de la identidad, personal y espacial, como se puede comprobar en “El hombre del Cibao”. Ese volver al pasado o internarse en la geografía, hurgar en la cultura, identificarse, con un estar aquí, un pertenecer, un retomar y un adueñarse del espacio y del tiempo son sentidos que caracterizan a esta literatura viajera que transita en los sueños, donde el viaje es también una metáfora del éxodo y de su arribo. En el texto de referencia, el Caribe, el mar que nos comunica, que nos hace o que nos forja, está ahí dándole sentido a la ciudad principal y estableciendo un contrapunto entre el Cibao y la ciudad. Péndulo en el que se encuentran la cultura aborigen que nos viene con el Cibao, tierra, alta mítica, de promisión de heroicidad, con la nueva situación, la ciudad, los turistas, los otros viajes. El Cibao se empina en su historia y nos sirve como espacio de contraste entre la montaña y la costa. El viejo viento Caribe mítico de Jacques-Stephen Alexis, en El cancionero de las estrellas (1960), nos da esta hermandad caribeña que se baña de colores en el mestizaje, en la hibridez de la región.
Lea el lector estos textos anticipativos en los que se encuentran presente la transformación y los cruces culturales, mediante un ritmo con el fuego de la pasión de voces y culturas que plantean una nueva literatura, testimonio de otro mundo posible: el mundo donde las fronteras, poco a poco, van cediendo y la cultura del hombre va más allá de los proyectos de la modernidad. ¿Es acaso una nueva situación donde lo humano se convierte en foco de nuestra atención? Las voces aquí, desde la memoria, buscan expresarnos un pasado, pero también un presente que se cuestiona y se refleja en el espejo de nuestros sueños. ¿Y cuál es el problema profundamente humano que estos textos nos convocan a meditar? No creo, amigo lector o lectora, que podrá ser otro que aceptarnos como diferentes e iguales. [Miguel Ángel Fornerín]

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