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lunes, 24 de mayo de 2010

Jan Martínez


PROSAS PERVERSAS[1],

Tanto en su libro Minuto de silencio (1977), como en Archivo de cuentas (1987) y en Jardín (1997), el poeta Jan Martínez se constituye como una de las principales voces de la poesía puertorriqueña del último cuarto del siglo veinte. Su poesía se destaca por el preciosismo parnasiano, el surrealismo y el diálogo con los novísimos españoles, Jaime Gil de Biedma y el grupo de “Cántico”; así como con el creacionismo de Vicente Huidobro y la lírica de Juan Gelman. La influencia de la poesía árabe, la poesía del Siglo de Oro, la prosa de Canales y Palés y la narrativa barroca del Caribe constituyen fuentes de inspiración para el poeta. Encontramos tangencias con Poetas como Lautreamont y Rayner María Rilke. Llama la atención los puntos de contacto de su poesía con escritores dominicanos como Franklin Mieses Burgos, León David y Alexis Gómez.

Cuando se lee la poesía de Jan Martínez, se recorre toda la historia de la verdadera y gran poesía de nuestra cultura y se puede apreciar la riqueza del decir literario puertorriqueño en el cual este autor no está solo. La revolución literaria de los setenta, con Iván Silén y José Luis Vega, marca en la literatura del Caribe un retorno a la tradición creada por la vanguardia latinoamericana. Pero, si estas afirmaciones pudieran resultar exageradas, sólo me queja remitir a los sorprendidos a una lectura desapasionada del poeta…mientras tanto, soy un presentador que no se ve en aprietos... hablo del goce de la lectura y del placer que me da hablar de los hallazgos que encuentro en esta obra…También soy un sapo que versa…reversa, vierte los versos en prosa y la prosa en verso…No sé si el silencio o la palabra me harán más feliz.

Estamos frente a un libro de escritura barroca y caribeña. Escritura que toma la experiencia de Darío, el aliento parnasiano, el color anaranjado de la tarde, el adjetivo preciso y necesario, la sonoridad de la palabra, el giro poético, la ironía, la invención, la sorpresa…Todo ello conjugado en una expresión que va de la poesía a la narrativa, del mundo bucólico y de égloga, al mundo citadino; de la filosofía de la vida a la forma inevitable de la muerte. El autor no sólo nos hace disfrutar de una poesía en prosa que se parangona con la mejor de nuestro continente, sino que nos pone frente al devenir humano, la vida y la muerte, la sociedad y las distintas maneras que la vida cotidiana van cambiando la existencia humana.

Se equivoca quien piense que en este libro encontrará la inspiración romántica y solipsista de un poeta desadaptado del mundo. No representa este libro el discurrir de un yo poético de torre de marfil, es mucho más: contiene una meditación simbólica (con todo lo que pueda tener de contradictorio el símbolo y la racionalidad) en la que el mundo natural es disfrutado, pero también pensado.

En “El cincelador de horarios”, la vida cotidiana que hace del ser humano un enano repetidor de rutinas en la que el tiempo se convierte en mercancía que se contabiliza en la teneduría de libros de aquellos que el autor ha llamado “los señores de los salarios”. Señores que venden la monotonía y la soledad. En esas horas de faena, el amor se constituye como un vengador. Está pieza sola, en la que se encuentran los ecos de Luis Palés Matos, dándole

continuidad al decir puertorriqueño, el tiempo es el destino, o la tragedia, como diría Borges, al que está llamado el hombre social; mientras que el trabajo es la venganza social lanzada a los amantes. Así presenta al cincelador:

“…Será por siempre amado por los señores que domestican los salarios y distribuyen el hastío en las boticas y las calles repletas de eficientes sonámbulos. Todos saben que su trabajo es imprescindible, sin el cincelador de horarios serían rizadas y luminosas las horas, podrían

holgar los líridas y en el aire sería en triunfo de la paloma y el bardo ruiseñor. El cincelador se precia de ser el artífice de los irisados sones del gong que anuncian las horas con indiscriminado acento”( pág. 15)

Pero no se queda ahí el poeta, en “El dueño de la vida” se pregunta dónde se ha ido la vida ¿acaso a la casa de los funcionarios? La narración discurre mediante interrogaciones en las que el poeta le hace pregunta a la vida como buscando una definición del mundo actual, de los sujetos contemporáneos que han perdido la vida. La reclama: “que quiero saber de su vida, la vida, que le escribo y no recibo respuesta, que la llamo y me quedo con el eco en la mano como un pájaro sin bemoles. Que vuelva el que ocultó la vida y, si no quiere devolverla, al menos, le lleve recuerdos y manzanas de éstos sus desdichados suscribientes” (pág. 17)



[1] Jan Martínes. Prosas (per) versas. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 2000.

De Ensayos de litertura puertorriqueña y dominicana, 2004.

viernes, 14 de mayo de 2010

Andrés L. Mateo,

La aventura espiritual de la dominicanidad


Prólogo


Quiero saludar desde Francia, más precisamente desde el C.R.L.A. (Centre de Recherches Latino-Américaines), que organizó en el año 2003 una Jornada sobre República Dominicana, la excelente iniciativa de Miguel Ángel Fornerín, poeta, ensayista y docente dominicano, quien nos brinda por fin la tan ansiada visión abarcadora que necesitábamos sobre la pluridimensional carrera de su compatriota, el doctor Andrés L. Mateo. Ya era hora en efecto de que se conociera mejor, en América Latina y Europa, la trayectoria intelectual y estética de esta eminente figura del mundo cultural dominicano, varias veces laureada con premios nacionales, tanto por su producción novelística como por su labor ensayística y periodística. Uno de los méritos de esta ambiciosa empresa, inspirada a la vez en una respetuosa admiración y en la amistad, estriba precisamente en haber trazado un cuadro preciso y bien documentado de las múltiples actividades a las que se dedicó Andrés L. Mateo, tendiendo sugestivos puentes entre sus trabajos ensayísticos o periodísticos y su narrativa.

Existe en efecto una indiscutible convergencia y hasta cierto continuum, que bien señala Miguel Ángel Fornerín, entre las dos vertientes, fáctica y ficcional, del talento de Andrés L. Mateo. Cualquiera que sea el objeto de su reflexión, que se mueva en el terreno del ensayo o de la ficción, Andrés L. Mateo se nos presenta como un espíritu apasionado y analítico a la vez, ansioso de comprender el mundo, empezando por su propio entorno vital : la sociedad dominicana, profundamente marcada, hasta en su imaginario, por el trujillismo, ese pasado ominoso cuyo desentrañamiento resulta imprescindible para todo aquel que quiera entender cabalmente el funcionamiento de los tiempos actuales. De ahí la justificada insistencia de Miguel Ángel Fornerín en los agudos análisis de carácter ensayístico e histórico de Mito y cultura en la Era de Trujillo, por ejemplo, llevados por Andrés L. Mateo desde una convincente perspectiva marxista, desprovista –conviene señalarlo– de las torpezas y simplificaciones reductoras de que adolecen a veces los planteamientos ideológicos.

Como bien lo muestra Miguel Ángel Fornerín, la condición de escritor de Andrés L. Mateo lo hace particularmente sensible y apto para desmenuzar el discurso oficial del trujillismo, la especificidad de su «jerga », en una palabra, para captar los fundamentos de un poder que supo instrumentalizar hábilmente a los letrados. Como historiador, pero también como escritor abordará de nuevo Andrés L. Mateo, en Al filo de la dominicanidad, el análisis de la sociedad dominicana. Muy atinadamente presenta Miguel Ángel Fornerín este nuevo asedio de su compatriota como una suerte de crónica urbana, que apunta a documentar las transformaciones sociológicas de un mundo dominicano que se va alejando paulatinamente de la ruralidad.

Pero de una crónica de sabor barthesiano que combina con originalidad distanciamiento crítico y empatía, de un relato inspirado, poético y hasta humorístico se trata, de una escritura mixta que borra en parte las fronteras entre lo fáctico y lo ficcional, lo testimonial y lo subjetivo, transformando las crueldades y sordideces de la vida cotidiana en pequeñas joyas escriturales, en brillantes viñetas interpretativas de la cultura popular –de su música, entre otras cosas. ¿Cómo olvidarse en efecto de la gracia y truculencia de textos como «Crucita lacuelnera», «El Peje Que Fuma», y otros tantos deliciosamente paródicos como «Yo, el peor de todos», o «Comandante Marcos: el jinete insomne», con sus guiños al pasado colonial y la actualidad?

Los símbolos de la dominicanidad reaflorarán, desde luego, en los textos ficcionales de Andrés L. Mateo, prolongación de asumida subjetividad de sus reflexiones históricas sobre la sociedad dominicana. Pero valiéndose de todas las libertades otorgadas por la ficción, el escritor irá elaborando un universo textual signado por la ambigüedad y la apertura, ajeno a toda esquemática certeza, a toda prefabricada euforia ideológica, a todo binarismo reductor, así como a toda imposición estética. Los recovecos de la ficción, más que el ensayo, como parece insinuarlo Miguel Ángel Fornerín, quizás le hayan permitido al autor de La balada de Alfonsina Bairán ir descubriendo con mayor sutileza aún la vertiginosa complejidad del mundo, su abyección, locura y ternura. La novela, tejido textual de múltiples e intricados hilos, se resiste, tanto como lo real, a toda ingenua búsqueda de una clave única de desciframiento. El texto plural, antiépico de Andrés L. Mateo, nutrido de una rica intertextualidad que enlaza la República Dominicana con el vasto mundo de las letras hispanoamericanas, adquiere no pocas veces visos absurdos y hasta grotescos, entrañablemente onettianos. Moderna es, pues, la sensibilidad del autor de Pisar los dedos de Dios, La otra Penélope y La balada de Alfonsina Bairán. Y, por ciertos rasgos que analiza certeramente Miguel Ángel Fornerín –la preocupación casi obsesiva por el rescate de la memoria, la relevancia de la actitud testimonial–, hasta postmoderna.

A Miguel Ángel Fornerín deben agradecérsele sus eficaces contextualizaciones y sus acertadas sugerencias de lectura que nos permiten orientarnos mejor en la frondosa obra de Andrés L. Mateo. Pero ¿quién mejor que un escritor podía acercarse a la obra de otro escritor?

Maryse Renaud

Profesora de literatura hispanoamericana

Universidad de Poitiers


http://www.amazon.com/Los-muchos-libros/dp/B003KN3JA2

miércoles, 12 de mayo de 2010

Tomás López Ramírez


JUEGO DE LAS REVELACIONES

Tomás López Ramírez, con una prosa límpida y llena de hallazgos estilísticos, es la principal figura de la cuentística puertorriqueña de la década del setenta. Además de sus obras cuentísticas, López Ramírez ha publicado dos novelas Juego de las revelaciones (1976) y Paraje de tránsito (1999)[1]. En ambas obras ha demostrado su dominio de la lengua y del arte de narrar. Su prosa, poética en felices momentos, no deja de buscar lo puertorriqueño a través de la realidad, el sentido histórico y la historicidad de la materia narrada.

López Ramírez es un novelista sintético: esta primera novela se puede enmarcar dentro de los nouvelle o nívolas, si nos limitamos a la extensión del corpus narrativo. En Juego de las revelaciones la fijación de historias se revela frente a los personajes y al lector. Son historias maravillosas, unas veces; otras, sórdidas, y finalmente, narraciones que ponen en función los escenarios y los personajes que hacen la historia en Puerto Rico.

En Juego de las revelaciones funciona como un mosaico caracterizado por el gentío, las voces superpuestas y las historias fragmentadas con las que el autor busca la memoria y fija una historia reciente. El sentido de gentío sirve como metáfora de una nación dividida, fragmentada como la obra misma. De ahí que el texto pueda ser leído como historicidad: Puerto Rico y sus personajes, como actores del gran drama nacional. Al inicio el gentío aparece en una guagua de pasajeros (pisicorre). Las distintas voces manifiestan el caos y la imposibilidad de orden. El auto se dirige a San Juan donde “parece que está por repetirse lo del cincuenta, hace ya tres años”. (9)

En boca del chofer, “gordo con sombrero de panamá”, se marca la historia, se establece una huella del pasado donde el presente lo plagia: el presente podría repetirse. Ese sentido de lo histórico aparece varias veces en el texto. Se cuenta la Historia y se cuentan historias. Ficción y verdad juegan sus propias revelaciones, para que podamos apreciar, entender, la ideología.

El apresamiento de Pedro Albizu Campos es un acontecimiento histórico. El viejo Eusebio funciona como personaje que le da valor al presente, un valor de permanencia en la memoria: “Usted ha sido testigo de la historia, –dijo– de una historia que termina aquí” (20) El discurso narrativo no solamente valora y designa lo que es histórico sino que establece el fin de un relato histórico. Y llega más lejos. Ceferino ha sido testigo, tiene el poder del cronista: certificaría que la historia es real porque la han vivido. Los acontecimientos han sido parte de su presente, y algo más significativo, es que Ceferino está condenado a vivir otra historia, la que vendrá y la que no querrá testificar. De ahí que Eusebio le pasa a Ceferino la posibilidad de vivir otra historia, una historia empírica que pertenece a los sujetos.


[1]López Ramírez, Tomás. Juegos de las Revelaciones. México: Extemporáneos, 1976. [Primera edición puertorriqueña: Editorial Cultura, 2003]. Paraje de tránsito. Río Piedras: Plaza Mayor, 1999. Véase Áurea María Sotomayor, op. cit.

domingo, 9 de mayo de 2010

Rosario Ferré

Poesía y culturalismo

La lectura de los poemas de Rosario Ferré muestra una interesante representación del mundo cultural. Sus textos son profundamente culturalistas. En ella se hace presente una poética signada por el prosaísmo y la anti-poesía. A pesar de ser una escritora más cercana a los miembros de Guajana, que expuso una estética comprometida, Ferré se inscribe dentro de la escritura de los setenta. Si bien su escritura no es una repuesta a la estética comprometida, se aleja de ella, colocándose en la estética cultural de las décadas de los sesenta y setenta[1]. A pesar de esto, en muchos de sus versos se nota el diálogo, la intervención de enunciados, simbolizaciones que son propias de la cultura popular en la que se funda el movimiento cultural de los sesenta. Ferré participa de una escritura que entronca sus simbolizaciones en el mundo griego. Frente a la división cultural entre occidentalistas y puertorriqueñistas, Rosario se inscribe en la segunda. Y esta participación cultural no deja de tener una apuesta política. Tal vez su obra va por un lado y sus actividades política van por otro, pero cada una obedecen a una estrategia política del sujeto escritor en su posicionamiento en la sociedad.

En los primeros poemas de Ferré aparecidos en Papeles de Pandora (1976), la autora inicia una critica al paternalismo, al patriarcado y hasta al mismo sentido de patria como espacio del padre. El sujeto femenino se construye desde la palabra y la historia. En Pandora, es la historia mítica, Eva María (149). Y cuando no es la mujer del mito, es la mujer concreta, la Rosario que enuncia y se describe: [¿]“he tratado de ser como quieres. Buena, sorda, muda, ciega; / tomando Viña 25 el día de las madres/ con mi corsage puesto y mis dormilonas de diamantes? Pero no he podido./ Los antepasados no me dejan.”(149)

Ese sentido de hija de la ira, de señorita muñeca, va a ser trabajado en diferentes textos por Rosario Ferré. En el mismo poema ha escrito: “Que haga saltar los rainstones de mi corona de marabú / y me desprenda del rostro la cara niña,/ muñeca biscuit del siglo XIX que no debe pensar,/ con un hueco en la cabeza para las flores”(157). Las mujeres simbolizados también pueden pertenecer a la clase rica. Expresa la voz poética su rebeldía frente al poder patriarcal: “las vitrinas de mujeres muertas/ jugando al tenis, bailando, viajando/ dentro de las vitrinas,/ vestidas con los encajes que supuraron/ por las puntas de los dedos/ los nines de Persia”(“El infiltrado”, 158).

En Fábulas de la garza desangrada (1982), uno de los libros de poemas más sólidos de la autora, y un texto sobresaliente entre los publicados por las poetas de los setenta, la relación del escribir y el vivir se encuentra más consolidada.[2] El poema “Envío” tiene una dedicatoria que se inicia con la figura de la madre y de las mujeres que la rodean. El padre está ausente. La aura se inscribe en el texto con el antiverso “A Rosario, y a la sombra de Rosario” (87), y se construye como mujer del hogar, casi homologable con una mujer de pobre. Mientras se solidariza con la mujer infortunada a través de una falsa representación y se define como sujeto mujer que se niega al silencio, proclama su conciencia y se declara a favor del gozo y la alegría.

Podemos postular que en la poesía de Rosario Ferré, dominada por una concepción particular de la cultura, lo que se llamaría alta cultura, también existe un diálogo con la cultura popular, como una especie de intervenciones de sentidos de diferentes contextos. Lo que nos importará en este trabajo es establecer la relación que esas huellas marcan con lo político y la construcción de una autora en la sociedad puertorriqueña.


[1] Dice Barradas que “alentados por las visitas que durante esos años de escritores que se asociaron directa e indirectamente con al “Boom”de la narrativa hispanoamericana”, los escritores de la Revista que dirigía Rosario Ferré ( Zona de Carga y Descarga) “comienzan a publicar piezas que delatan un deseo de romper el marco estético predominante”, Barradas, op. cit. pág. 423.

[2] La importancia de esta obra en la poesía de Rosario ha sido situada por José Miguel Oviedo en “Fábula de la garza desangrada de Rosario Ferré”, en La Gaceta, mayo de 1984, no. 161, págs. 18-20. Por su parte, Áurea María Sotomayor en Hilo de Aracne: literatura puertorriqueña hoy. San Juan: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1995, dice que esta obra marca una diferencia con los poemas aparecidos en Papeles de Pandora, los que se caracterizaban por la referencialidad y el lenguaje soez. Mientras que, los de Fábulas poseen “tangencias entre el discurso feminista y el revisionismo de la fábula mitológica femenina”. Sotomayor, pág. 146-147.

(Véase, Miguel Ángel Fornerín: Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana. Santo Domingo: Ferilibro, 2004).

viernes, 7 de mayo de 2010

La literatura en tránsito

La anticipación en Abril infancias mil de Maryse Renaud


La filosofía del arte ha planteado la noción de a anticipación al referirse a una de las cualidades intrínsecas de la obra artística. Nos preguntamos: ¿El arte es esencialmente anticipativo, de tal manera que debe todo arte posee esta cualidad o existe un arte que funda la anticipación de acuerdo a ciertas teorías o tiempo en los que se dada la mimesis? ¿La anticipación reside en la misma condición de poeticidad del arte, en la expresión de la sensibilidad humana, o está dada por elementos externos al arte mismo? El asunto se complica, en primer lugar porque ya el arte no puede ser escindido en lo esencial, lo intrínseco y lo externo, pues creemos que el arte es un ritmo en el que todos esos elementos se integran conformando un sentido artístico. También se enmaraña, en la medida en que la poeticidad del arte nos conduce a la teoría del arte como creación, ligada de alguna manera a la noción de fundación que aparece en la estética de Heidegger. El poema funda, crea elementos nuevos.
El asunto me viene a cuenta cuando leo y pienso la escritura que nos presenta Maryse Renaud en este libro de relatos. La obra que aquí presentamos conforma un conjunto de narraciones que esboza una escritura novedosa, un ritmo literario que pone en juego la primicia del mundo que vivimos y anticipa los escenarios del arte en los tiempos actuales. De ahí que la anticipación habría que concebirla como la historicidad del arte: la relación de la obra artística con su tiempo.
Por otra parte, podríamos afirmar que esta es una literatura trasnacional, porque traza una hibridez en la que lo nacional, como fundador de las lenguas y las culturas modernas, cruza las fronteras lingüísticas y culturales. Estamos, entonces, hablando de un nuevo mestizaje que adelanta el mundo del futuro. Yo prefiero usar el término transnacional, al concepto sociológico de pos-nacional, en el entendimiento de que esta escritura no echar por tierra lo nacional, ni la lengua, ni la cultura, sino que simboliza la crisis de lo nacional que hoy día vivimos.
Es interesante observar esto en una escritora mestiza: martiquiqueña-francesa que ha adquirido, gracias a su dedicación y a su ingente trabajo, la patria literaria y la lengua hispanoamericana. Este libro es anticipativo de la transgresión que provoca lo mestizo, de la transformación, de la creación de forma sentido nuevas y de la manifestación de una dialoga, en la que no están las distintas voces de una nación que interactúan, sino los distintos sentidos de la lengua y las culturas nacionales. No es la primera vez que desde nuestra condición de criollos se pone en crisis los símbolos y los sentidos de la cultura. Problema que se plantea como un elemento renovador de las letras y que es característico de la modernidad. Pienso en nuestro universal Rubén Darío, que con el modernismo sintetizó la cultura europea henchido de las pretensiones de modernidad que tenían los hispanoamericanos y funda una literatura propia para nuestro continente.
Vemos así que los procesos de mestizaje están intímasete unidos a cambios globales que ha venido aparejados a la noción de moderno, de nuevo y de renovación. Pienso además que esos cambios no se detienen sino que poseen distintos ciclos en el tiempo. La literatura, informada por la lengua, que es representación de la sensibilidad y la vida cultural y social, es la escritura de esos distintos períodos en los que se representan la muerte y los nacimientos de nuevos mundos: nuevas formas y nuevos sentidos.
El mestizaje actual en el que se desarrolla nuestra literatura está más allá de la relación colonia-nación, de la problemática entre la lengua colonia y la lengua nacional. En las reapropiaciones que los criollos letrados realizaron en el momento en que fundaban nuestras naciones imbuidos de un movimiento moderno tan importante como lo era el romanticismo. Este es mestizaje que se nos presenta como representación de la nueva condición de los hispanoamericanos en lo que se ha venido llamando la diáspora o el exilio económico. La representación mestiza, además, establece la relación de los latinoamericanos con su tierra de llegada, su opción de vivir y transformar la vida desde el centro o desde la marginalidad a un centro que también entra en crisis, pues los miles de inmigrantes ponen otra mirada a lo social y a la cultura de los países de arribo.
La escritura de la emigración tiene su propio Boom. En el caso de la literatura llamada chicana, la literatura puertorriqueña, cubana y dominicana realizada en Estados Unidos se plantean la representación de una nueva hibridez en la que los autores realizan una “traducción”, que no es más que una transformación en la cual se pone en juego los valores lingüísticos y culturales y se evidencia la crisis de nuestra conformación nacional y el sentido de pertenecer o no pertenecer a una cultura. Los ejemplos son innumerables: en el caso de Puerto Rico, podríamos hablar de la literatura de Pedro Pietri, que se apropia de un inglés del Bronx; de Esmeralda Santiago, quien vive su hibridez cultura de jíbara-americana y nos plantea la problemática del neoyorrican, del spanglo en Cuando era puertorriqueña.
Algo parecido podríamos decir de autores dominicanos residentes en Estados Unidos como Junot Díaz, en Down, (El negocio) y Julia Álvarez, con En el tiempo de las mariposas y Cómo las Chicas García perdieron su acento… Ambos escritores se enfrentan a otra lengua y realizan una escritura transcultural que presenta una nueva mirada de lo nacional-dominicano. Así integran sus experiencias sociales, culturales y lingüísticas del país de llegada. La discusión pendiente es la relación de esa literatura diaspórica, con las literaturas nacionales. Pero el reto que se plantea en lo literario y lingüístico, no es más que parte de la anticipación del mundo del porvenir.
En el caso de nuestra autora, Maryse Renaud, es muy especial pues ella no usa la lengua nacional ni su lengua de llegada, escribe en su lengua de cultura, de una cultura que ha trabajado y de la cual es digna ciudadana. Ahora bien, sus vivencias culturales se encuentran aquí como una transformación de lo literario y lo lingüístico.
En el relato “Cara de ladrillo o Don Colador I”, la historia nos remite a una caleidoscópica narración donde surgen las distintas miradas y los colores. En ella se pone en juego la diferencia, la transnacionalidad: la visión del otro que funda la literatura mestiza. El relato nos presenta personajes en crecimiento que juegan con los perjuicios, que tienen distintas miradas. Los escenarios, el tiempo, los colores, los cuerpos y las creencias cambian. El dialogo permite presentar las distintas miradas del prójimo y al final, la prosa juguetona, de un ritmo cincelado, concluye en una comprensión del otro: como si la diferencias de cultura y de colores no es más que la ausencia de una educación y de un crecimiento. Las lenguas se encuentran, pues viajan con la cultura de los personajes. La mujer y el hombre, la diferencias de razas y colores, el prejuicio, muestran el escenario madrileño o parisino, de esta nueva hibridez.
El texto “La niña que vio al hombre” pone en perspectiva el mundo de la infancia en crecimiento frente a las ideas y valores que conforman el mundo de los adultos y la relación ideológica que separa los géneros. Se establece en la narración un paralelismo histórico, los espacios juegan de nuevo: el trópico, la isla permiten que la narración sea una búsqueda de la infancia, de ese tiempo perdido, originario, que se comparte con la educación social, el crecimiento del personaje, las reglas, el poder escolar y una mirada distinta que traza la ruptura y la liberación. Las referencias históricas delinean un tiempo híbrido entre el presente y el pasado o mejor, como lo uno actúa de forma se igual forma entrando en lo otro.
Un elemento recurrente en esta literatura es la presencia de otros textos. Es una literatura que se sabe hipertextualizada. Entran en ella, como elementos dialógicos, otras literaturas. Esto se ve, por ejemplo, en el inicio de la “Danza de los bastones”, el ritmo narrativo parte de un texto de Rubén Darío; aquí la evocación de la nobleza es comparada a la figura de la niña. Una figura infantil que juega en el mundo de los adultos, crece, lo describe y su voz es un decir guiado por otra voz. Observe el lector que la perspectiva de la niña sigue siendo subalterna y con esto el texto pendula entre la mirada de la chica y la de un narrador omnisciente, que la va acompañando. La figura de la pequeña sirve para reeditar un espacio de la memoria en el que el pasado es traído al presente por una narración que mantiene un ritmo con fuego, rápido, inquietante, que siempre mantiene la atención por la ruptura que se establece entre lo dado y lo nuevo.
Otro ángulo que me llama la atención es la presencia del viaje como un desplazamiento que puede ser hacia adentro, hacia la búsqueda de la identidad, personal y espacial, como se puede comprobar en “El hombre del Cibao”. Ese volver al pasado o internarse en la geografía, hurgar en la cultura, identificarse, con un estar aquí, un pertenecer, un retomar y un adueñarse del espacio y del tiempo son sentidos que caracterizan a esta literatura viajera que transita en los sueños, donde el viaje es también una metáfora del éxodo y de su arribo. En el texto de referencia, el Caribe, el mar que nos comunica, que nos hace o que nos forja, está ahí dándole sentido a la ciudad principal y estableciendo un contrapunto entre el Cibao y la ciudad. Péndulo en el que se encuentran la cultura aborigen que nos viene con el Cibao, tierra, alta mítica, de promisión de heroicidad, con la nueva situación, la ciudad, los turistas, los otros viajes. El Cibao se empina en su historia y nos sirve como espacio de contraste entre la montaña y la costa. El viejo viento Caribe mítico de Jacques-Stephen Alexis, en El cancionero de las estrellas (1960), nos da esta hermandad caribeña que se baña de colores en el mestizaje, en la hibridez de la región.
Lea el lector estos textos anticipativos en los que se encuentran presente la transformación y los cruces culturales, mediante un ritmo con el fuego de la pasión de voces y culturas que plantean una nueva literatura, testimonio de otro mundo posible: el mundo donde las fronteras, poco a poco, van cediendo y la cultura del hombre va más allá de los proyectos de la modernidad. ¿Es acaso una nueva situación donde lo humano se convierte en foco de nuestra atención? Las voces aquí, desde la memoria, buscan expresarnos un pasado, pero también un presente que se cuestiona y se refleja en el espejo de nuestros sueños. ¿Y cuál es el problema profundamente humano que estos textos nos convocan a meditar? No creo, amigo lector o lectora, que podrá ser otro que aceptarnos como diferentes e iguales. [Miguel Ángel Fornerín]

jueves, 6 de mayo de 2010

Emilia Pereyra

La persistencia

del neorrealismo y la ciudad

en Cóctel con frenesí de Emilia Pereyra


Cuando me adentro en la lectura de esta novela corta de Emilia Pereyra me asaltan, en principio, dos cuestiones que platee cuando leí El crimen verde: el talante neorrealista de su narración y la persistencia del péndulo ciudad-campo, como realización espacio temporal. El primer asunto me pone a reflexionar sobre lo que ha sido la escritura realista en la literatura dominicana. Prácticamente, el costumbrismo dominó nuestra literatura del siglo XIX. La fantasma de Higüey, (1857) de Javier Angulo Guridi, y El montero, de Pedro Francisco Bonó, no pueden ser signadas como obras realistas. Ellas muestran nuestro prolongado romanticismo. Baní o Engracia y Antoñita, de Francisco Gregorio Billini es nuestra gran novela, después de Enriquillo de Galván, y si nos limitamos al siglo XIX, pero es una obra enmarcada dentro de un costumbrismo romántico. Así que se puede postular que el realismo ni el naturalismo tuvieron hondura en la recién fundada literatura dominicana. Las obras de Cestero, La sangre y Ciudad romántica… sí podríamos verlas dentro de la expresión de la realidad dominicana, pero estaban cruzadas por el modernismo.

Pienso en Cuentos puertoplateños de José Ramón López, pero el costumbrismo de la política no permiten que puedan verse como realismo, como un realismo tardío. Si postulamos un realismo, deseos de mostrar la forma de vida de la gente de a pie en la literatura dominicana, es poco lo que podríamos encontrar. El fuerte de nuestra narrativa será el realismo social. Defínase éste como la expresión de la realidad social, un movimiento que ve lo social a través de las ideas de la Revolución campesina mexicana y la Revolución de Octubre de 1917. Un realismo que es, en definitiva, una denuncia. Busca que los lectores comprendan ese mundo subalterno, que debe ser considerado políticamente. Constituye un intento de gobernar con el campo; de darle a los subalternos el carnet de ciudadanos.

Por ese lado, podríamos pensar la narrativa de Juan Bosch y de Ramón Marrero Aristy, quienes vienen a ser lo fundadores de ese realismo social en la medida en que sus relatos buscan una identificación entre lo narrado y la vida, plantean las diferencias sociales en la que viven los campesinos como clase subalterna.

Sé que la teoría del realismo puede ser refutada sobre todo si la pensamos como el calco de la vida en la literatura, pero ella es conveniente para pensar la relación entre la representación literaria y la realidad así como para buscar las ideas fundacionales que determinan cierto tipo de escritura. La teoría del realismo no me permite confundir lo narrado con la vida, pero me ayuda a pensar la literatura como representación simbólica de un tiempo, de una época, como realización lingüística de un sujeto, en su presente histórico, destinado a unos lectores que reconfiguran el discurso literario.

En la década de 1960, hay otra apertura al realismo en nuestras letras. Tratase de un realismo socialista. Ya instaurada la Revolución cubana la realidad social y política tiene otro horizonte. La realidad se convierte en representación de una trama filtrada por voces que lo llevan casi al panfleto. Cotidianidad puede llevarse al sentimiento, como se echa de ver en los cuentos de René del Risco Bermúdez. El realismo que estamos viendo en las últimas décadas lo hemos llamado neorrealismo. Es una narrativa del otro, escrita desde una voz hetrodiegética. No tiene la pretensión de mostrar lo social con el plan de convencernos de los problemas sociales, que políticamente podrían ser solucionados por una utopía. Sencillamente muestra con suma plasticidad la forma desgarrante de la vida social para los sujetos más pobres, pero no hay un propósito, no hay una salida utópica.

Dentro de este amplio horizonte veo esta breve novela de la Emilia Pereyra. La plasticidad de sus imágenes, los giros narrativos que van encontrando la cuadernavía de miseria en la que viven una serie de personajes del mundo paupérrimo, mientras la clase media sigue en lo suyo, y en una sociedad donde no se platea ninguna salida. Al verso de Manuel Machado, “Qué solos están los muertos” podemos replicar, pensando en la novela: qué solos están los pobres. El cuadro de la pobreza solamente es comparable a una película del cine neorrealista italiano. Un mundo donde los seres son sombras, como en la pintura negra de Goya. Muestra también un poco la picaresca, porque en la vida dominicana hay una picaresca, no escondida, sino olvidada.

El espacio campo-ciudad manifiesta una preocupación de la intelectualidad dominicana desde fines del siglo XIX, que llega a cruzar el siglo XX. El dominicano, como lo ha reiterado el historiador Moya Pons, ha dejado de ser campesino para hacerse citadino. Las migraciones a la ciudad han engrosado los cinturones de miseria, y este tipo de movilidad social, nos emparienta con muchos países de América Latina. Ahora bien, la ciudad, que tal vez ha sido una promesa, un espacio de buscar el saber, como ocurre en La otra Penélope, con Bartolina, es un infierno para los subalternos. Creo que el contraste entre los estilos de vida de la clase media y el azaroso deambular de Burundi, personaje principal de Cóctel con frenesí, realiza un contrapunto entre esos dos mundos que componen la ciudad de Santo Domingo.

Haber llegado del campo hace de este antihéroe un personaje picaresco, que busca alimentarse, pero no es esta una obra que se despliegue en un manto exclusivamente social. Su deambular por la ciudad muestra que no es un lugar de promisión, sino el espacio de la basura, la podredumbre, la falta de electricidad, el hambre, la violencia, la injusticia… Estos personajes, Burundi y Chucha, son los anónimos, sólo comparables con los animales y que el lugar que le corresponde es la casucha al lado del río Ozama o el vertedero. Se hace imposible leer esta obra sin entender que existen dos Santo Domingo, el de la Mella y el de la Lincoln. Sin olvidar que El Conde de las grandes vidrieras, donde se miraban los personajes existencialista de Andrés L. Mateo y fantaseaban los de Pedro Peix, El Conde angustiado de René de Risco en El Viento frío, es ahora dos. En el día los negocios y en las noches, en medio de la oscuridad, la prostitución, la miseria, los locos perdidos en sus sueños.

En esta novela, como ya hemos observado en El crimen verde, vivir en la ciudad no abona a una solución social. El héroe vaga en los espacios de la urbe para terminar en una irónica respuesta y en una encerrona existencial. Lo único que se plantea como posibilidad, como horizonte de espera, viene de la política, pero lo que los políticos pueden hacer por el país, no llena las expectativas. Todos los partidos pueden ser medidos por el mismo rasero. De ahí que la situación social, que presenta la obra con tanta plasticidad, tiene que llegar a una salida existencial.

Y esto marca una reiteración del fatalismo en que muchas veces cae el pensamiento dominicano, elaborado en su ensayística y otras veces en la narrativa. Vivimos un mundo sin esperanza. Vivimos en el sálvese quien pueda. De ahí la soledad en que viven los más pobres, la clase paupérrima. Chucha fue para Burundi su único encuentro con la solidaridad, con el amor; luego, la búsqueda, la muerte, la nada. Entre los sentimientos y las carencias materiales, la suciedad, el hedor, la indiferencia, la nada. Así se convierte el paisaje para los misérrimos: una realidad donde lo social se inclina a lo existencial. ¿Quién es el culpable de haberle dado tal magra existencia? Lo podemos buscar en el cielo o en la tierra. Estas son las improntas del existencialismo.

Una consideración final quiero hacer, Pereyra es una narradora que se distingue por su prosa, que dentro de una expresión neorrealista, plantea una creación lingüística no influida por el neobarroco; no complica la expresión, aunque el deseo de aumentar su nivel léxico en esta obra, a veces parece afectado. Esta obra tiene algo de relato breve, de cuento, lo que la hace intensa, dueña de un ritmo inusitado. Desde un principio, el personaje se encuentra en movimiento, lo que hace que la obra funcione como relato semejante a la vida. Las ventanas que abre entre cada capítulo, muestran el contraste entre una historia y otra, pero son pequeños cuentos, que muchas veces hacen que la fragmentación no contribuya al todo, pues quedan aislados como breves secuencias que narran acciones de otros personajes, que hay que ver de manera contrastiva y que, en definitiva, poco contribuyen al ritmo de la obra. Esta es un desliz en la que muchos escritores dominicanos pecan, quieren experimentar, quieren hacer una obra diferente, pero no siempre esa novedad le ayuda a la arquitectura de la obra. Por lo demás, Cóctel con frenesí de Emilia Pereyra es una narración que nos abre un horizonte para pensar la vida citadina dominicana y la escritura de las últimas décadas.

Pereyra, Emilia. Cóctel con frenesí. Santo Domingo: Editorial Cole, 2003. (Del libro, Las palabras sublevadas de próxima aparición).

Miguel Ángel Fornerín